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Mostrando entradas de 2025

Mirar sin ver

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Por quinta vez aquella mañana, el programa de gestión con el que trabajaba a diario le había vuelto a dejar colgado. Se consideraba una persona eficiente y resolutiva, hasta el punto de olvidarse por completo de sí mismo. Metódico de manual, Vicente trataba de cumplir con sus obligaciones lo mejor que sabía, sin cuestionarte si su método sería o no el más óptimo, porque no le gustaban los atajos ni tampoco hacerse trampas al solitario. No soportaba las personas que se escaqueaban constantemente de sus tareas, porque para él el tiempo era oro y odiaba perderlo. Por eso aquella mañana se sentía al borde de un ataque de nervios y, para sorpresa de sus compañeros, estalló contra la pantalla de su ordenador. -   ¡Si no te pones en marcha ahora mismo, te juro que te reviento contra el suelo! -   Pero Vicente, por Dios, ¿cómo le hablas así a una pobre máquina?- le objetó María, quien tenía la sana costumbre de tomárselo todo a risa. -   No la defiendas...

Un barco hecho de estrellas

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  Aprendió de su abuelo a hacer barquitos de papel. Los dedos de él tenían una habilidad especial para doblar las hojas de los periódicos infinidad de veces, hasta reducirlas a una especie de cajita que luego empezaba a abrir, cual rosa desplegando lentamente sus delicados pétalos. Imagen creada con IA por Miguel A.L.M. (Tarkion) Elisa era muy niña, pero también muy testaruda. Cuando le daba por algo, daba la sensación de que no tenía ojos ni paciencia para nada más, aunque su abuelo siempre había sabido cómo impresionarla con pequeñas cosas que estimulaban su creatividad. Ella se concentraba en cada movimiento de aquellos dedos de él, que no parecían dudar nunca, maravillándola con cada despliegue de velas y sueños. Pese a que lo intentó muchas veces, Elisa nunca logró aprender el secreto que guardaban las pajaritas, pero los barcos siempre se le dieron bien. Los hacía de distintos tamaños, colores y texturas. Cualquier papel que caía en sus manos era susceptible de acabar conve...

Dan "el Trompeta"

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Dan no era un pirata al uso, de esos que llevan un parche en un ojo, arrastran una pata de palo y empuñan un garfio en el muñón que les dejó una mano perdida. Tampoco apestaba a salitre ni a ron, sino que se gastaba una fortuna en perfume y en tinte de pelo. Quizá también en maquillaje. Pero sí era el pirata más temido allende los mares. Su corpulencia se hacía notar y temer en cualquier escenario. Siempre vestía elegantes trajes y vistosas corbatas, aunque se movía como un androide con reuma o como aquellas muñecas de Famosa cuando se dirigían al portal de Belén en aquellos anuncios de hace mil años. Imagen encontrada en Pixabay Dan no se manejaba con afilados sables ni con imponentes trabucos. De hecho, ni siquiera había hecho el servicio militar, el muy patriota. Pero tenía la sorprendente habilidad de apuntar a matar con su incontrolable verborrea y siempre acababa haciendo diana y destronando a quien tuviese la osadía de cruzarse en su camino. Su mirada traviesa y sus golpes de...

El carro de Marina

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  A Marina le tocó empujar un carro al que siempre le faltó una rueda. Su madre murió muy joven y ella tuvo que hacerse cargo de su padre y de sus hermanos pequeños, siendo casi tan niña como ellos. Sacó coraje de donde no sabía que lo guardaba y logró sacar adelante a su familia, formando tiempo después la suya propia al lado de Manuel. Emigraron todos a Cataluña y Manuel encontró trabajo en una mina de carbón, en la que perdería la vida poco después. Marina tenía tres hijos pequeños que, unidos a sus hermanos y a su padre, suponían una responsabilidad descomunal sobre los hombros de un cuerpo tan pequeño como el suyo. Lejos de derrumbarse, se dejó los ojos cosiendo a todas horas para llegar a todo. Años después llegaron nietos y bisnietos, y la vida le asestó una puñalada por la espalda al arrancarle a su hijo mayor por un maldito cáncer. Pero siguió adelante, subiendo y bajando cada día los cinco pisos que separaban su vivienda de la calle, hasta que los vecinos decidieron pone...