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El Coleccionista de Emociones

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Miraba a su alrededor con unos ojos muy abiertos y expresivos, como si quisiera captar  hasta el más insignificante detalle de cuanto aconteciese en su entorno. Se mostraba jovial, desenfadado, encantador. Pero, en el fondo, era un ser extraño. A menudo solía reírse de sí mismo y de cuanto le había sucedido en los últimos tiempos, pero en ningún momento parecía dispuesto a bajar la guardia y a dejarse ver por los demás tal y como en verdad él era: alguien lleno de miedos y dudas sobre sí mismo y sobre sus relaciones con los demás. Le gustaba alardear de sus conquistas sentimentales y de la mucha facilidad con que se olvidaba de aquellos cuerpos de “usar y tirar” cuyos nombres desconocía y cuyas caras ni siquiera se había parado nunca a mirar. Él, cuyos ojos daban la impresión de querer absorber el mundo en su totalidad, en realidad no veía, porque su mente no quería ver. La tenía herméticamente cerrada, hasta el punto de que nada que proviniese del exterior parecía afect

Bajo las Bombas y las Piedras

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Refugio antiaéreo de la Plaza del Grano de Figueres      La plaza olía a excrementos de pájaro pasados por agua. Era una mañana como cualquier otra, pero el aire estaba enrarecido y, a diferencia de otros días, por la calle no se veía ni un alma. Como difuminados por la distancia, a lo lejos se oían lo que parecían truenos y, de hecho, el cielo estaba gris y el sol no apuntaba maneras por ninguno de los ángulos de aquella mañana ensombrecida en la que podían llegar a cumplirse los peores presagios. Aunque Marina, decidida como cada día a llegar puntual a su cita con el trabajo, no cejaba en su empeño de atravesar toda la ciudad, aún a riesgo de que una tremenda tormenta le saliera al paso y la dejase empapada. Seguía caminando con decisión, pero cada vez más desconcertada por la ausencia de las personas con las que habitualmente se cruzaba cada día a la misma hora. Hasta que, al llegar frente a la Plaza del Grano, la descubrió. Era una muchacha delgada que apenas ha