Si aún vivieras... hoy habrías cumplido cien años





Llegaste al mundo en una de sus primaveras y, para abandonarlo, elegiste el mes de las flores. Siempre te embriagaron éstas con sus aromas y sus variados colores, inundando los patios de tu casa y alegrándote los días y las horas que degustaste entre ellas.

Fuiste una persona humilde, pero tenías un gusto exquisito para las cosas más bellas  y una capacidad de ver más allá en los ojos de las personas que tuvimos la suerte de conocerte y de acompañarte en diferentes tramos de tu viaje por este mundo.

Tu vida no resultó fácil de vivir. Naciste y moriste en el que ha sido, quizá, el siglo más convulso y sangriento de la historia. El año que te vio nacer, soldados de diferentes países, apenas unos niños, se mataban en la Primera Guerra Mundial mientras la Rusia de los zares se desmoronaba, dejando entre sus ruinas demasiada sangre y demasiados cadáveres. El mundo parecía haber perdido el norte y tú crecías en él ajena a todos sus peligros. Fuiste la mayor de seis hermanos y tuviste la suerte de criarte junto a tu abuela. De ella aprendiste todo lo que después te serviría para luchar en la vida, pero también con ella empezaste a trabajar con sólo siete años, haciéndote cargo del cuidado de tu prima Pura.

Tu padre, pese a venir de familia de posibles, nunca permitió que pisaras la escuela, porque consideraba que las letras y las cuentas no eran cosa de mujeres. Pero la privación de ese derecho no te impidió ser tú misma ni aprender de los libros que otros te leían.

Con apenas trece años te enamoraste perdidamente del abuelo Fernando y ya no te separaste de él. Pese a vuestras diferencias y vuestras continuas discusiones, siempre  fuisteis el uno para la otra. La guerra os sorprendió con 20 años a él y a ti con 19. Salísteis huyendo con apenas lo puesto, aunque juntos. Vuestra primera noche la pasásteis en un pajar. Lo que vino después fue el desencadenamiento de una desgracia tras otra. El abuelo tuvo que irse al frente y tú, embarazada de tu primera hija, te quedaste junto a tus padres y hermanos, esperándole con el miedo de no volverle a ver. Cuando esa primera hija nació, su padre no pudo estar presente. Poco después la niña moría aquejada de una meningitis. Tu segundo hijo nació enfermo y también murió con apenas tres años, muy poco después de que hubiese muerto también tu madre, con sólo 42. La pobre mujer se dejó morir de la pena por saber encarcelado a uno de sus hijos por abrazar la causa comunista. Murió pensando que a su hijo le fusilarían. Tu hermano vivió para contarlo, pero a cambio de pasarse 22 años en la cárcel.

Siempre me sorprendió oírte contar la muerte de tu hijo con la entereza con la que lo hacías. Contabas que, para poder enterrarlo, tuviste que pedir limosna entre los vecinos.  Nunca te faltó coraje para despejar las piedras que te encontrabas en el camino. Después de aquellos dos primeros hijos, nacieron diez más, de los que sobrevivieron ocho. Sólo tú sabes lo que tuviste que sufrir y batallar para criarlos en unos tiempos de hambre, en un mundo en el que las mujeres apenas tenían voz ni voto. Sólo brazos para trabajar hasta desfallecer y un cuerpo para ser usado al antojo y capricho de sus egoístas maridos.

Creo que fuiste la primera persona que me habló de la guerra civil, del comunismo, de la República y de lo que suponía vivir en una dictadura. Tú te atreviste a contarme lo que no me contaron mis padres ni mis profesores, sembrando en mi mente la curiosidad por las ideas y por los sueños. Me hablaste sin tapujos de las atrocidades que puede llegar a cometer un ser humano. Pero lo que te hacía más grande es que nunca lo hiciste desde el rencor. Creo que nunca odiaste a nadie, porque sabías ponerte en la piel de la persona que tenías delante, fuese quien fuese y predicara con lo que predicara.

Sabías escuchar y también perdonar.

Tus últimos años fueron demasiado dolorosos y crueles. Padeciste una enfermedad que te minó las fuerzas y te arruinó los ánimos. Ya ni tus flores conseguían hacerte sonreír.

Fue muy triste perderte, pero nos consoló que el abuelo Fernando estuviese contigo, tal como tú querías. Siempre dijiste que no hubieses soportado perderle tú a él.

Fue él quien se quedó sin ti, aunque apenas tardó un año en acompañarte. Porque él tampoco sabía cómo vivir sin su estrella… ni estaba dispuesto a aprenderlo.

Hoy habrías cumplido cien años… si todavía vivieras.

En nuestro corazón siempre tendrás los que tuviste en cada uno de los momentos que tuvimos la inmensa suerte de compartir contigo. Y nunca permitiremos que los geranios, las margaritas o las azucenas dejen de traerte a nuestra memoria, atraída por sus aromas.

Te queremos, dulce y sabia abuela.




Estrella Pisa
7 de Abril de 2017

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