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Un mal augurio

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  El alba aún no había despuntado en el horizonte cuando Pep entró en la taberna del puerto. Su desgastado impermeable y su capucha le habían resguardado de la intensa lluvia y las piedras que alojaba en sus bolsillos le habían permitido mantenerse en pie. Aquella noche no había querido salir a pescar, pero tampoco había podido dormir, pensando en la suerte que habrían corrido sus compañeros. Cuando salieron del puerto el mar estaba en calma, pero a Pep no le convenció el color del cielo. Trató de alertar a los demás, pero se rieron de sus miedos. Las señales que advirtió en el ambiente le recordaron demasiado a las de otra noche de muchos años atrás, cuando siendo apenas un crío acompañó a su padre hasta su barca. Nunca regresó ni tampoco encontraron su cuerpo. Fotografía de un pescador de L'Escala realizada por Josep Esquirol (1874-1931) Cincuenta años después, sentado junto a la ventana, Pep fumaba su pipa en silencio. El humo acariciaba las arrugas de un rostro ceniciento que

Mi camino no es de pan

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  Nada más acostarse, Amanda supo que aquella noche no iba a pegar ojo. La decisión estaba tomada y sentía que ya no había vuelta atrás, pero aún le costaba convencerse a sí misma de que lo que se disponía a hacer era lo correcto. Se había criado a la sombra del ejemplo que trataba de inculcarle su madre, una mujer abnegada que llevaba toda la vida sacrificándose por los demás y desoyendo las súplicas de sus propias necesidades. La madre de Amanda era la mayor de varios hermanos y nunca se había atrevido a contrariar a su propio padre, un hombre autoritario y profundamente machista para quien el único cometido de una mujer era servir primero al padre, después al marido y por último a sus hijos y nietos. Amanda se miraba de reojo en el espejo de su madre y se horrorizaba al ver la imagen que aparecía. Ella también era la mayor de tres hermanos y la única mujer. Por su condición siempre le tocaba a ella apechugar con las tareas domésticas que la madre le encomendaba, mientras que sus h

Magia en la red

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Los días de vino y rosas se habían consumido y las noches de fuegos artificiales dormían una resaca de la que despertaban cada día en un lecho de pétalos secos. David y Elena se querían, pero se habían rendido a las imposiciones de la costumbre. El tiempo había obrado inevitables cambios en los dos. Sentían cosas nuevas, pero ambos se resistían a dejar de ser los que habían sido. El deseo se enfrió y emergió la decepción mutua. Compartían espacios, pero sin compartirse ellos. Cada uno frente a la pantalla de su móvil, pasando las horas muertas con sus respectivos contactos en redes sociales. Un día Elena se creó un perfil falso en Instagram y no tardó en conseguir seguidores. Su avatar era de lo más sugerente y las fotos que publicaba, aunque nunca aparecía en ellas, eran paisajes con frases de su autoría que conseguían alegrarle el día a cualquiera. Poco después recibió un mensaje de un chico llamado Nick y empezó a seguirle. El tampoco mostraba su rostro y los posts que publicaba e

Camins plens de memòria

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  Durant la nit ha plogut amb força i, en sortir a la terrassa, enten que el cel i el mar no la conviden a sortir a caminar. L'ambient ha refrescat i, en qualsevol moment, pot tornar a ploure. Però, malgrat el panorama, ella decideix calçar-se les seves esportives i baixar al carrer. Les seves passes la porten per la vora de l'aigua, tot resseguint el passeig. El paviment encara és ben moll, els espais de terra es troben remoguts i s'hi obren corriols d'aigua que vessen al mar. Les onades s'estavellen amb fúria contra els límits de la sorra i la deixen sembrada d'algues i altres restes vegetals que la tempesta ha arrossegat. A l'empedrat del passeig, la rosa del petit príncep la rep amb calidesa, evocant-li el llibre de l'Antoine Exupèry. Molt a prop hi ha un arbre que a ella sempre li ha fet pensar en els baobabs del llibre. Continua endavant i la sorprenen uns cargols que es passegen pel paviment. És la primera vegada que veu cargols entre terrasses

Que me voy, que no vuelvo

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  Personajes: Juanjo- el marido Aurora- la esposa Jesús- el hijo Marta- la hija Primer acto: En el escenario se recrea una sala de estar con una pareja discutiendo. Aurora: Tanto insistir en que me casara contigo y total, ¿para qué? Juanjo: ¿Cómo que para qué? Pues para estar juntos y hacer nuestra vida, sin tener que darle cuentas a nadie. Aurora: Y ¿a esto lo llamas tú vida? ¿A pasarnos el día trabajando y luego llegar a casa para espachurrarte tú en el sofá y yo seguir trabajando como una idiota? Juanjo: Pues siéntate aquí conmigo y pedimos una pizza para cenar. ¿Qué problema hay? Aurora: Vale, y para que nos laven la ropa llamamos a una lavandería a domicilio y para que nos llene la nevera, llamamos a un reponedor del Mercadona. ¿Tú te estás pitorreando de mí o qué te pasa? Juanjo: ¡Menudos humos te gastas hoy! ¿Acaso te ha bajado la regla? Aurora: Mira, ¡esto sí que no te lo consiento! ¿Sabes qué te digo? Pues que recojo mis cosas y me largo. Aurora sale d

Obra'm la porta, que vull sortir d'aquí dins

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La darrera discussió amb la seva parella l'havia posat contra les cordes i, per primera vegada a la seva vida, va gosar traspassar una de les seves línies vermelles aixecant-li la mà. Acte seguit, va saber controlar-se i va poder evitar la botefetada que els seus instints semblaven decidits a propinar-li. Però el mal ja estava fet i ella va tenir prou amb aquesta intenció d'atac que no es va arribar a materialitzar per sortir correns i deixar-lo sol. Imatge trobada a Pixabay. La relació entre ells dos feia mesos que feia aigües per tots els seus connectors. Havien passat d'admirar-se mutuament a defugir tot contacte per intentar no ferir-se més de l'estrictament suportable. La Carolina era professora de matemàtiques a un institut de secundària, on la seva ment quadriculada s'havia guanyat un lloc d'honor entre els seus detractors. En el seu àmbit professional, li agradava tenir el control de totes les situacions, perquè temia que, si improvitzava, podia acabar

Desaparecido en Babia

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  Ernesto iba de camino a casa por el paseo marítimo, igual que había hecho cada día de los últimos quince años, los mismos que llevaba trabajando como administrativo en una empresa de servicios. A diferencia de otros días, aquel viernes se sentía especialmente cansado. Su marcha era lenta y, más que caminar, lo que hacía era arrastrar los pies. No tenía ganas de llegar a casa para vivir otro dejà vu : su mujer discutiendo con los dos hijos que tenían en común, las prisas para llegar al supermercado antes del cierre, la maratón de lavadoras y limpieza general de los sábados por la mañana o la desquiciante comida de todos los domingos con los suegros. Empezaba a estar harto de la vida tan insustancial que llevaba y sabía que tenía que hacer algo, pero siempre postergaba la decisión por miedo a las consecuencias que sus palabras pudiesen desencadenar en su mujer, que era quien siempre había llevado las riendas de todo. Imagen de escultura dedicada a Franz Kafka encontrada en Pixabay Aqu