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Dan "el Trompeta"

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Dan no era un pirata al uso, de esos que llevan un parche en un ojo, arrastran una pata de palo y empuñan un garfio en el muñón que les dejó una mano perdida. Tampoco apestaba a salitre ni a ron, sino que se gastaba una fortuna en perfume y en tinte de pelo. Quizá también en maquillaje. Pero sí era el pirata más temido allende los mares. Su corpulencia se hacía notar y temer en cualquier escenario. Siempre vestía elegantes trajes y vistosas corbatas, aunque se movía como un androide con reuma o como aquellas muñecas de Famosa cuando se dirigían al portal de Belén en aquellos anuncios de hace mil años. Imagen encontrada en Pixabay Dan no se manejaba con afilados sables ni con imponentes trabucos. De hecho, ni siquiera había hecho el servicio militar, el muy patriota. Pero tenía la sorprendente habilidad de apuntar a matar con su incontrolable verborrea y siempre acababa haciendo diana y destronando a quien tuviese la osadía de cruzarse en su camino. Su mirada traviesa y sus golpes de...

El carro de Marina

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  A Marina le tocó empujar un carro al que siempre le faltó una rueda. Su madre murió muy joven y ella tuvo que hacerse cargo de su padre y de sus hermanos pequeños, siendo casi tan niña como ellos. Sacó coraje de donde no sabía que lo guardaba y logró sacar adelante a su familia, formando tiempo después la suya propia al lado de Manuel. Emigraron todos a Cataluña y Manuel encontró trabajo en una mina de carbón, en la que perdería la vida poco después. Marina tenía tres hijos pequeños que, unidos a sus hermanos y a su padre, suponían una responsabilidad descomunal sobre los hombros de un cuerpo tan pequeño como el suyo. Lejos de derrumbarse, se dejó los ojos cosiendo a todas horas para llegar a todo. Años después llegaron nietos y bisnietos, y la vida le asestó una puñalada por la espalda al arrancarle a su hijo mayor por un maldito cáncer. Pero siguió adelante, subiendo y bajando cada día los cinco pisos que separaban su vivienda de la calle, hasta que los vecinos decidieron pone...

Ni que sigui per un dia

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  Què bé que, ni que sigui per un dia, encara siguem capaços de buscar punts de trobada, oblidant vells desacords. D'estendre ponts d’il.lusió i esperança sobre desolats camps de batalla, intentant conquerir un món millor. Què bé que, ni que sigui per un dia, encara siguem capaços de celebrar plegats que encara som vius. De recordar als absents amb els filtres màgics que només pot donar el temps, i d’estimar-los i estimar-nos. Què bé que, ni que sigui per un dia, encara siguem capaços d’aturar la maquinària dels egos, d’aixecar els ulls i trobar els ulls dels altres. Cada dia neix algú. Cada dia surt el sol, ni que sigui uns minuts. Cada dia és digne de celebrar la VIDA. Siguem igual de feliços tots els dies que ens quedin per viure. Perquè tots desperten amb la mateixa llum. L’únic que hem de fer és deixar que aquest regal ens enlluerni.   ...

Dinero fácil

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  Carlos había salido de casa con el tiempo justo y le tocaba apretar el paso si quería llegar puntual a su trabajo. En los últimos días sentía que le costaba más de lo habitual despegarse de las sábanas y había llegado tarde en dos ocasiones. Trabajaba vendiendo bicicletas y su jefe no le había dicho nada la primera vez, pero la segunda le lanzó una advertencia. Su contrato finalizaba en quince días y, si seguía llegando tarde, no se lo prorrogaría. Aunque no le apasionara, aquel trabajo le permitía salir adelante. Temía perderlo y por eso caminaba sin ser consciente de otra cosa que no fuese su propia prisa. No advirtió que una chica le saludaba. Ella, que debía ser de las que no soportan que las ignoren, se le plantó delante y casi choca con él. Sólo entonces la vio. Desde que habían acabado el instituto no se había vuelto a cruzar con ella. Claudia se había ido a Londres, para trabajar como aupair, mientras Carlos siguió estudiando y se había graduado en ADE el año anterior. ...

Un mal augurio

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  El alba aún no había despuntado en el horizonte cuando Pep entró en la taberna del puerto. Su desgastado impermeable y su capucha le habían resguardado de la intensa lluvia y las piedras que alojaba en sus bolsillos le habían permitido mantenerse en pie. Aquella noche no había querido salir a pescar, pero tampoco había podido dormir, pensando en la suerte que habrían corrido sus compañeros. Cuando salieron del puerto el mar estaba en calma, pero a Pep no le convenció el color del cielo. Trató de alertar a los demás, pero se rieron de sus miedos. Las señales que advirtió en el ambiente le recordaron demasiado a las de otra noche de muchos años atrás, cuando siendo apenas un crío acompañó a su padre hasta su barca. Nunca regresó ni tampoco encontraron su cuerpo. Fotografía de un pescador de L'Escala realizada por Josep Esquirol (1874-1931) Cincuenta años después, sentado junto a la ventana, Pep fumaba su pipa en silencio. El humo acariciaba las arrugas de un rostro ceniciento que...

Mi camino no es de pan

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  Nada más acostarse, Amanda supo que aquella noche no iba a pegar ojo. La decisión estaba tomada y sentía que ya no había vuelta atrás, pero aún le costaba convencerse a sí misma de que lo que se disponía a hacer era lo correcto. Se había criado a la sombra del ejemplo que trataba de inculcarle su madre, una mujer abnegada que llevaba toda la vida sacrificándose por los demás y desoyendo las súplicas de sus propias necesidades. La madre de Amanda era la mayor de varios hermanos y nunca se había atrevido a contrariar a su propio padre, un hombre autoritario y profundamente machista para quien el único cometido de una mujer era servir primero al padre, después al marido y por último a sus hijos y nietos. Amanda se miraba de reojo en el espejo de su madre y se horrorizaba al ver la imagen que aparecía. Ella también era la mayor de tres hermanos y la única mujer. Por su condición siempre le tocaba a ella apechugar con las tareas domésticas que la madre le encomendaba, mientras que s...

Magia en la red

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Los días de vino y rosas se habían consumido y las noches de fuegos artificiales dormían una resaca de la que despertaban cada día en un lecho de pétalos secos. David y Elena se querían, pero se habían rendido a las imposiciones de la costumbre. El tiempo había obrado inevitables cambios en los dos. Sentían cosas nuevas, pero ambos se resistían a dejar de ser los que habían sido. El deseo se enfrió y emergió la decepción mutua. Compartían espacios, pero sin compartirse ellos. Cada uno frente a la pantalla de su móvil, pasando las horas muertas con sus respectivos contactos en redes sociales. Un día Elena se creó un perfil falso en Instagram y no tardó en conseguir seguidores. Su avatar era de lo más sugerente y las fotos que publicaba, aunque nunca aparecía en ellas, eran paisajes con frases de su autoría que conseguían alegrarle el día a cualquiera. Poco después recibió un mensaje de un chico llamado Nick y empezó a seguirle. El tampoco mostraba su rostro y los posts que publicaba e...