No quiero tu miedo
De pequeño pasó mucho miedo. Quizá porque su madre invirtió todas sus fuerzas en contagiarle su propia debilidad. Obsesiva del orden y la limpieza, nunca se vio capaz de compaginar sus tareas como ama de casa, esposa y madre, con un trabajo fuera del hogar. Dedicada por entero a su marido y a su único hijo, todo su mundo era velar por su seguridad y cumplía su cometido con tal rigor que hacía sentir a los supuestos beneficiarios de su entrega unos perfectos inútiles cuando estaban cerca de ella.
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Diego creció temiéndose incluso a sí mismo, pues los sermones de su madre habían calado tan hondo en su cabeza que llegaba incluso a desconfiar de sus propios pensamientos. En todo lo que hacía sentía la presencia del peligro. Sus lecturas, sus amigos y sus juegos estaban constantemente en el punto de mira de una madre que no le dejaba ni respirar por sí mismo. Tanto le controlaba que sus amigos empezaron a cansarse de todas las excusas que ideaba para justificar que no podía salir con ellos y un día dejaron de interesarse por él. Le apreciaban, pero no estaban dispuestos a aguantar la tiranía de su madre.
El padre del chico acabó pidiéndole el divorcio a la madre y marchándose lejos. Prefirió pasarle una generosa pensión y liberarse del peso de seguir aguantando sus sinsentidos.
Cuando llegó a la adolescencia, Diego empezó a vivir un verdadero calvario porque, a las imposiciones de su madre se le sumaron los caprichos de sus propias hormonas y se sentía entre la espada y la pared. No se veía con fuerzas de enfrentar a su madre, pero tampoco era capaz de controlar sus instintos, que le llevaban a masturbarse de madrugada, cuando se sentía a salvo en la quietud de la casa, bajo el calor de las mantas. Al volver de clase tenía que soportar la lluvia de improperios que la madre descargaba sobre él, porque había tenido que volver a cambiarle las sábanas sin ser sábado y también porque consideraba que se estaba condenando al infierno por cometer actos tan impuros. Diego enrojecía y bajaba la cabeza, acobardado y avergonzado, sin encontrar palabras con las que hilar un argumento para rebatir el de su madre.
Optó por cambiar sus hábitos y aprovechar la hora del patio para masturbarse en los lavabos del instituto. Cuando pensaba en ello después de haberlo hecho, sentía que esa práctica le repugnaba porque, seguida del placer que experimentaba, siempre asomaba por su cabeza la culpa y lo hacía con la imagen y las palabras de su madre. Pero, cuanto mayor era aquella culpa, más se incrementaba su ansiedad y más necesitaba relajarse de la única forma que había encontrado de lograrlo. Y así, enredado en una espiral obsesiva, cada vez se ausentaba más de clase y sus profesores empezaron a sospechar que algo raro pasaba con el chico.
Comenzó a sentirse cuestionado por sus compañeros y sintió que el trato que recibía por parte de los profesores había cambiado de tono. Si antes le dejaban hacer y le permitían pasar lo más desapercibido posible porque respetaban su timidez y procuraban no incomodarle, ahora le exigían que participase más en clase y que saliera a la pizarra y expusiera sus trabajos. Diego no soportaba la presión y, pese a que ponía todo de su parte para no hacer el ridículo ante sus compañeros, todo le salía del revés y aún se ponía más nervioso. Uno de aquellos días la situación de impotencia le pudo y llegó incluso a orinarse encima. Toda la clase estalló en una carcajada y él se apresuró a quitarse de en medio, corriendo hacia los lavabos. Sabía que no podía presentarse en casa de aquella guisa, por lo que se dispuso a quitarse los pantalones y el bóxer y a lavarlos en uno de los lavabos. Pero no tomó la precaución de taparse ni de cerrar la puerta. Cayó en la cuenta cuando oyó el grito de la chica que apareció de repente. Estaba tan nervioso que se había equivocado de servicio y estaba en el de las chicas.
Los hechos de aquel día le valieron una expulsión por una semana. Su madre, histérica e incapaz de atender a razón alguna, le encerró con llave en su habitación y juró tenerle a pan y agua toda la semana, para que escarmentase. No pensó que vivían en una planta baja y que Diego podía saltar por la ventana. Al chico, en cambio, fue lo primero que se le pasó por la cabeza. Por primera vez en toda su vida, dejó de tener miedo y se atrevió a reconocerse a sí mismo que estaba harto de su madre y que no la soportaba más. Llamó a su padre, que vivía a doscientos kilómetros desde que se había separado de su madre, y le pidió que le llevase a vivir con él.
- Ya tengo catorce años y estoy harto de aguantar las manías de mamá. Está loca. Quiero irme a vivir contigo y empezar de cero en otro lugar.
- Mañana por la tarde paso a buscarte.
- De acuerdo, pero no vengas a casa. Me tiene encerrado en la habitación y no quiero que nos monte un escándalo.
- ¿Qué propones, entonces?
- Espérame a las cinco al final del callejón. Recogeré mis cosas y me escaparé por la ventana.
- ¡Hecho!
Diego respiró aliviado.
Estrella Pisa
Relato de 900 palabras para el concurso de El tintero de Oro sobre la injusticia social, inspirado en la obra Matar a un ruiseñor, de Harper Lee.
Diego respiró aliviado y yo con él. ¡Qué pesadilla de madre! A la vez la he vista tan real que te entra angustia pensar en la cantidad de madres, que se creen perfectas en su manera de educar, no se auto cuestionan nada y son tan obsesivas que habría que quitarles los niños de sus manos. Las que necesitan aprender a educar son ellas. ¿Qué juez tomaría esa decisión? Me temo que ninguno. Ese es el problema. Por eso duele tu relato, Estrella. Duele en el alma.
ResponderEliminarUn abrazo!
Muchas gracias, María Pilar. En la infancia se gesta lo acabamos siendo. Si nos educan en el miedo difícilmente podremos dar un paso sin cuestinarnos si estaremos haciendo lo correcto.
EliminarUn fuerte abrazo.
Pobre Diego, respiró tranquilo al huir de una situación tan caótica. Buen aporte. Suerte. Un abrazo
ResponderEliminarDesde luego que sí, Núria. Muchas gracias por leerlo y comentarlo.
EliminarUn fuerte abrazo.
Muchas gracias, Estrella, por participar con este relato en el homenaje a Harper Lee. Mucha suerte.
ResponderEliminarGracias a ti por proponernos estos retos.
EliminarUn fuerte abrazo.
Menos mal. Porque o alguien lo aleja de esa mujer, o en la edad adulta se habría convertido en un asesino misógino en serie.
ResponderEliminarToda la razón, Cabrónidas. Hay madres que nunca debieron serlo.
EliminarUn fuerte abrazo.
El chaval tuvo la fortaleza de huir del control del horror y del caos. Muy bien escrito Estrella suerte.
ResponderEliminarMuchas gracias, Ainhoa.
EliminarMe alegra que te haya gustado.
Un fuerte abrazo.
Cuánto daño ha hecho la educación judeo-cristiana! Y cuanto peso nos dejó sobre nuestras espaldas...Buen relato Estrella. Mucha suerte! Soy lady_p, mi perfil wordpress no es compatible...
ResponderEliminarUn abrazo!
Toda la razón, Sibila.
EliminarMuchas gracias por leerlo y comentarlo.
Un fuerte abrazo.
Hemos respirado aliviados todos. Qué horror estar bajo esa presión en tu propia casa. Muy bien narrado. Suerte. Abrazo!
ResponderEliminarMuchas gracias, M.T.
EliminarMe alegra que te haya gustado, pese al horror descrito.
Un fuerte abrazo.
Hay personas que con sus miedos y sobreprotección acaban ahogando a los demás y no les dejan ni respirar! Lástima que no sean conscientes ni de sen cuenta del daño que eso supone! Has transmitido muy bien esa tensión y angustia en el relato! Un abrazote y suerte!
ResponderEliminarMuy cierto, Marifelita.
EliminarMuchas gracias por leerlo y comentarlo.
Un fuerte abrazo.
Zí, como te dijo Mármol Lopez,, todos hemos respirado aliviados. Diego tuvo la suerte de tener un padre dispuesto a hacerse cargo. Casos hay de padres-niños que sólo quieren huir de lo que les lastima a ellos, y dejan a los peques en manos de un futuro atroz. Muy bien mostrado. Un abrazo
ResponderEliminarMuchas gracias, Juana.
EliminarUn fuerte abrazo.
Sí, cómo ya te han dicho todos hemos respirado aliviados. Menos mal que al menos tenía un padre dispuesto a hacerse cargo. Muchos hay que por huir ellos de los que los lastima , dejan a sus peques en manos de un destino difícil, cuando no atroz. Muy bien contado. Un abrazo
ResponderEliminarDesde luego que sí, Juana. A veces ocurre que, para compensar las debilidades de un progenitor, el otro destaca por sus fortalezas. Muchas gracias por leerlo y comentarlo.
EliminarUn fuerte abrazo.
¿Sabes, Estrella) Las personas ab-so-lu-ta-men-te perfeccionista me pone de los nervios. Las cosas nunca están a gusto de ellos, y tener una madre así aliena a quienes están bajo su custodia. Son creadores, como bien cuentas, de niños débiles, inseguros y miedosos.
ResponderEliminarLa madre de Diego le controla hasta sus onanismos, eso sí que es una aberración, no el masturbarse, sino el hacerle sentir culpable de algo tan natural, más aún dada la edad del muchachito. O sea, que además, se agrega la culpa y la vergüenza.
Al menos el padre pudo huir de la bruja y salvar al hijo, de psiquiatra esa madre.
Comparto absolutamente todo lo que dices, Tara.
EliminarDesgraciadamente, hay demasiadas madres así. Y lo más triste es que parecen convencidas de estar haciendo lo mejor para sus hijos, al tiempo que sufren lo que no está escrito porque su vida se convierte en una eterna preocupación por cualquier nimiedad. Ni viven ni dejan vivir. Un niño que crezca en ese ambiente tiene todos los números para acabar traumatizado.
Muchas gracias por leerlo y comentarlo.
Un fuerte abrazo.
Hola Estrella. Muchas veces los padres olvidan que los hijos no son una posesión, alguien con quien hacer y deshacer a su capricho y en quienes volcar sus frustraciones y sus miedos. El ámbito familiar puede ser capaz de lo mejor y lo peor, de dar cobijo y apoyo y fomentar el desarrollo de la personalidad de los hijos, o de convertirse en la cloaca en la que se vierten todas las frustraciones e inseguridades de los padres. Desde luego la madre de Diego no parece la más capacitada para cuidar a un niño. Desgraciadamente también, con 14 años que tiene el chaval y teniendo la custodia la madre, poco van a poder hacer padre e hijo por remediar la situación y me temo que a Diego le quedan cuatro años más de sufrimiento. Una injusticia más tapada de lo habitual, pero también más frecuente de lo que se cree, la que nos cuentas. Un abrazo.
ResponderEliminarHola Jorge,
EliminarComparto todo lo que expones. A veces el entorno familiar no es precisamente el más seguro para crecer y madurar. Existe la herencia genética, pero también la herencia de las inseguridades, de los malos hábitos y del victimismo. De niños somos como esponjas que absorbemos todo cuanto vemos a nuestro alrededor, tanto si es bueno como si es malo. Y luego nos toca desaprender para poder volver a empezar corrigiendo lo todo aquello que nos perjudica. Pero pueden pasar muchos años o incluso no conseguirlo nunca. Porque la niñez son nuestros cimientos y, al removerlos, siempre corremos el riesgo de derrumbarnos del todo.
Muchas gracias por leerlo y comentarlo.
Un fuerte abrazo.
Uff agradezco no haber tenido una madre así, que miedo, Saludos
ResponderEliminarYo pienso lo mismo, Miguel.
EliminarSi la propia madre le trata así, ¿qué puede esperar el pobre Diego de cualquier otra persona?
Muchas gracias por leerlo y comentarlo.
Un fuerte abrazo.
Hola Estrella.
ResponderEliminarMe pasa lo mismo que a varios de los que han comentado. He visto tan real a la obsesiva madre, que me ha entrado la angustia de pensar en la cantidad de madres que se consideran perfectas en su manera de educar, que no se autocuestionan nada y que están seguras de tener la verdad absoluta, que habría que alejar a los niños de su influjo.
Un abrazo. Marlen.
Hola Marlen.
EliminarLa verdad es que, ante una madre así, es muy fácil sentirse completamente anulado y desvalido. No se le pueden poner puertas al campo ni tampoco tapar la luna con un dedo. Si algo tiene de interesante la vida es su capacidad de sorprendernos continuamente. Pretender controlarla, encorsetándola en rutinas asfixiantes y cortándole las alas para que no se nos desvíe de nuestro supuesto camino perfecto es lo más antinatural que podemos pretender como seres humanos.
Decía Khalil Gibran en un poema aquello de "Los hijos no son tus hijos. Son hijos e hijas de la vida, deseosa de sí misma. No vienen de ti, sino a través de ti, y aunque estén contigo, no te pertenecen."
Muchas gracias por leer el relato de Diego y comentarlo.
Un fuerte abrazo.
Pobre Diego, hasta yo me sentí ahogada con esa mujer, terrible, menos mal que pudo liberarse e ir a vivir con su padre.
ResponderEliminarMuy bueno tu relato, me gustó mucho.
Saludos.
PATRICIA F.
Muchas gracias, Patricia.
EliminarMe alegra que te haya gustado. Desgraciadamente, hay muchos Diegos en la vida real, porque hay muchas madres como la suya, que no son capaces de ponerse en el lugar del otro ni de respetar su derecho a cometer sus propias equivocaciones.
Un fuerte abrazo.
Que tortura de madre , era tan perfecta que todos se alejaban de ella . Entiendo la postura del niño , ahora conseguirá vivir tranquilo. Uff que señora
ResponderEliminarUn abrazo Estrella
Puri
Desde luego que es una tortura de madre, Puri. Alguien que ni vive ni deja vivir. Con lo fácil que podría ser todo si aprendiese a respetar el espacio de su hijo. Pero hay quien cree que, sólo por el hecho de haber parido a alguien, no se le puede cuestionar nada y todo el mundo ha de acatar su santa voluntad. Menudo fastidio de persona.
EliminarMuchas gracias por leerlo y comentarlo.
Un fuerte abrazo.
¡Hola Estella! A veces la sobreprotección de los hijos puede acabar en este tipo de situaciones. Creyendo que hacen lo mejor para ellos, lo único que consiguen es asfixiarles más.
ResponderEliminarMuy bien relatada esa angustia por no poder salir de un entorno que se ha convertido en tóxico.
Un saludo y suerte.
Muchas gracias por leerlo y comentarlo, Rocío.
EliminarLo que yo creo que es mejor para mí no tiene por qué coincidir con lo que tú crees que es mejor para ti. Las personas somos iguales de diferentes. A cada una nos mueven cosas distintas, pero ello no implica que no podamos entendernos. Si partimos del respeto y la confianza mutuos, la convivencia puede convertirse en un espacio de crecimiento y enriquecimiento constantes para ambas partes. Pero si de lo que partimos es de la prohibición, los tabús y la inoculación del miedo, lo que conseguimos es un clima asfixiante y tóxico.
Un fuerte abrazo.
Hola Estrella,
ResponderEliminarLa época de la adolescencia temprana o la pubertad es muy delicada, mal llevada puede acarrear consecuencias. En el cine muchos psicópatas han tenido una infancia dura en algún aspecto.
Un abrazo.
Muy cierto, Javier.
EliminarLas experiencias que hemos vivido en la infancia constituyen nuestros cimientos. Si estos son fuertes aguantaremos lo que sea que vayamos colocando encima, pero si estos son débiles, cada nueva experiencia podrá en riesgo el equilibrio de todo el conjunto y, en cualquier momento, podemos acabar derrumbándonos cual castillo de naipes ante una corriente de aire inesperada.
Muchas gracias por leerlo y comentarlo.
Un fuerte abrazo.
Magnifico personaje el de la madre, Estrella. Mala , malisima. El pobre chico hace bien en escapar de ese ambiente podrido cuanto antes. Mucha suerte en el concurso. Un abrazo!!
ResponderEliminarMuchas gracias, Pedro.
EliminarMe alegra que te haya gustado. Sin duda, la madre es mala, malísima. Pero el problema es que, posiblemente, no sea consciente de ello y, por el contrario, esté convencida de que, por su hijo, mata. Cuánto daño pueden llegar a hacernos las convicciones equivocadas.
Un fuerte abrazo.
La protección desbordada de una madre puede llevar a la locura y a la desesperación.
ResponderEliminarUn relato genial. Felicidades.
Muchas gracias, Bruno.
EliminarMe alegra que te haya gustado.
Un fuerte abrazo.
Vaya pesadilla que tuvo que vivir el pobre Diego, una cosa sobreprotectora que acabó enquistándose y propagándose por toda su vida. Al final trazó un plan para poder salir de tal atolladero, aunque solo como parche, pues el problema quedará dentro y a tarde o temprano volverá a salir. Por lo menos respirará un tiempo en tranquilidad.
ResponderEliminarMuy buen relato, Estrella, muy duro, visual y sin miramientos. Me gustó mucho.
Un abrazo
Coincido plenamente en lo que dices. La huida le ha dado un respiro a Diego, pero no está ni mucho menos a salvo. Por muy bien que le trate su padre y por muy buenos que sean sus nuevos compañeros de instituto, los miedos seguirán en su cabeza porque catorce años soportando toda esa presión no se superan tan fácilmente.
EliminarMuchas gracias por leerlo y comentarlo.
Un fuerte abrazo, Pepe.
Espero que con el padre, vaya mejor. Pero se va a meter en un proble cuando la obsesiva exmujer se de cuenta de la desaparición del chico... Madre mía qué drama, Estrella.
ResponderEliminarMuy cierto, Flor. A padre e hijo les queda mucho que padecer con esta mujer tan histriónica. Pero cabe esperar que Diego consiga mantenerse alejado de ella y pueda aprender otras formas más sanas de relacionarse con los demás.
EliminarMuchas gracias por leerlo y comentarlo.
Un fuerte abrazo.
Pues menos mal que tomo la decission , que desde luego no debió ser fácil, porque cuando el miedo te domina, ya no razona uno. Tal y como avanzaba el relato el chaval parecia cada vez mas carne de suicidio.
ResponderEliminarabrazo y suerte
Muchas gracias por leerlo y comentarlo, Gabiliante.
EliminarUn fuerte abrazo.
El excesivo control puede llevar a situaciones tremendas, menos mal que Diego supo escapar a tiempo. Buen relato, Estrella, un abrazo!!
ResponderEliminarHola, Estrella.
ResponderEliminarMe pregunto, dónde estaba su padre antes... Una madre dominante y el padre ausente. Todo un cóctel para salir mal, muy mal. Espero que su padre sea de ayuda para el pobre chaval.
Un saludo y suerte en el concurso.
Hola, Estrella. Pobre muchacho, con alguien tan controlador al lado sería un sinvivir, pero también sirve para que si se da el primer paso se pueda superar. Aunque mejor no tener que pasar por ello.
ResponderEliminarSaludos y suerte.
Creo que se me cortó el comentario o (fijo) que lo hice yo. Pues eso, mejor no verse en una situación como esa y más en la adolescencia. Saludos y suerte.
ResponderEliminarHola, Estrella.
ResponderEliminarEstremecedora relación la que pintas en este relato. Las frustraciones de la madre acabaron con dos relaciones, en la que la del muchacho acabó en un bucle del que pudo acabar saliendo.
Un enorme abrazo :-)