Las cadenas de cada tiempo
A Jorge no le acababa de convencer el papel que le habían asignado en la obra que llevaban días representando. Y, a juzgar por la recaudación que estaban obteniendo en taquilla, parecía que al público la obra en sí tampoco le estaba entusiasmando. Había leído las críticas del día anterior y eran demoledoras: diálogos demasiado forzados, trama insulsa y falta de ritmo. Si el día del estreno habían conseguido un aforo del setenta y cinco por ciento, los días siguientes había ido bajando en picado el número de espectadores y todo apuntaba a que la obra acabaría suspendiéndose. Estaba a punto de salir al escenario, en el que una dama de otra época le esperaba embelesada para que la deleitase con su verborrea de poeta enamorado. Sólo de pensar en la sarta de cursiladas que tendría que volver a soltar por la boca le venían arcadas. Pero se había comprometido con la compañía y debía cumplir, pues sus facturas no se pagaban solas. Aunque aquel día estaba dispuesto a saltarse unas cuanta...