La plaza de Mateo
Dibujo de JoelArfiJoel encontrado en Pixabay |
- ¡Apártate de mi camino!- le espetó al anciano que, en ese momento, jugaba a la petanca y se disponía a lanzar la bola en medio de la plaza que Mateo acostumbraba a cruzar cada día a la misma hora para ir hasta la ferretería que regentaba desde que su padre había muerto.-
- ¿Cómo dices?
- Lo que has oído, ¿o es que acaso eres sordo?
- ¡Esta plaza es de todos!
- ¡Por tu culpa voy a llegar tarde!
- Tendrías que pasar por el tramo que está embaldosado. Los tramos de tierra no se consideran zonas de paso, sino de recreo.
- ¡Nunca he pisado el tramo embaldosado!
- ¡Tú estás enfermo!
- ¡Lo que estoy es muy cabreado, así que apártate de una vez!- En esta ocasión llegó a empujar al pobre anciano quien optó por apartarse y le dejó avanzar.
Mateo reanudó su marcha visiblemente alterado y apretó el paso.
Su vida se había forjado a base de estrictas rutinas que cumplía a rajatabla. Todos los días se levantaba exactamente a la misma hora, desayunaba exactamente lo mismo y seguía exactamente el mismo itinerario. Su carácter supersticioso le impedía probar a cambiar ninguna de las reglas con las que había llegado a hacer de su vida un infierno que él confundía con una especie de burbuja en la que se sentía seguro.
De naturaleza huraña y desconfiada, el trabajo cara al público no se le daba precisamente bien. No sabía ponerse en la piel de sus clientes y, lejos de decirles lo que esperaban oír, les atacaba:
- ¿A mí qué me explica, señora? Esos tornillos se me han acabado y no voy a pedir más, porque apenas tienen salida.
- Pero, si se te han acabado, será porque los has vendido todos, digo yo.
- Eso da igual. ¡No voy a hacer un pedido por unos putos tornillos!
- Si te oyera tu padre... Él sí era un buen ferretero. Tú, en cambio, sólo eres un engreído y un vago. No esperes verme más por aquí.
- Pues no venga más, que yo a usted tampoco la soporto.
Su intransigencia le llevaba a perder clientes cada día y pronto se vio obligado a echar el cierre. Sin percibir ingreso alguno, tiró de ahorros hasta que dejó la cuenta vacía y tuvo que buscar empleo por primera vez en su vida a sus cuarenta y dos años. Creyendo que el tiempo que había ayudado a su padre a ordenar tuercas y tornillos en la trastienda de la ferretería le bastarían para poder trabajar en algún negocio de la competencia, se dispuso a ir a visitarles, sin preocuparse de hacer un currículum ni de prepararse la entrevista.
- Verás, Mateo, es que las cosas ya no funcionan así.
- ¿Qué quieres decir?
- Pues que ahora, cuando tenemos una vacante, la publicamos en un portal de internet y los candidatos se postulan a la oferta enviándonos su currículum a través de él. Si consideramos que encaja en el perfil que buscamos, le llamamos y le hacemos una entrevista.
- ¡Pero yo no tengo internet!
- Puedes ir a la biblioteca o a un locutorio y registrar tu perfil en los portales de ofertas de trabajo.
- Pero yo no sé cómo se hace todo eso. Joder, ¿tanto te cuesta probarme unos días y, si trabajo bien, me contratas como se ha hecho siempre.
- Lo siento Mateo, pero ahora mismo no tengo ninguna vacante.
- ¿Sabes cuántas ferreterías hay en esta ciudad? ¡Nada menos que diez!, y he querido elegir la tuya porque mi padre siempre me había hablado muy bien de ti. Y, como pago, me sales con que me busque trabajo por internet. ¿Sabes lo que te digo? Pues que te metas tu ferretería por donde te quepa. Ya encontraré otra que me contrate.
Pero no la encontró ni tampoco hizo nada por rebajar su altivez ni por enmendar su reticencia a actualizar sus formas de desenvolverse en la vida. Los días pasaban y la nevera cada vez estaba más vacía. Los recibos impagados se acumulaban y pronto empezó a recibir cartas de embargo sobre el piso en el que vivía. En poco tiempo se vio viviendo en la calle, muy cerca de la plaza que durante años había cruzado todos los días.
Una mañana se despertó en uno de los bancos de piedra de la plaza abrigado con una vieja manta y unos cartones. Había pasado muy mala noche, pues el hambre y el frío no le dejaron conciliar el sueño hasta el amanecer. Un grupo de ancianos se disponía a jugar a la petanca, cuando uno de ellos se acercó a Mateo y le ofreció un café con leche caliente en un vaso de cartón. Mateo no supo qué decir, pues reconoció en él al mismo anciano al que tiempo atrás había tratado con tanta hostilidad.
- ¡Muchas gracias! – se limitó a decirle, pues no sabía cómo manejarse en tan embarazosa situación.
- No se merecen. Todos cometemos errores. Yo también los cometí cuando me creía más importante que los demás, pero la vida nos acaba poniendo a todos en nuestro lugar.
- ¿Y usted cree que este frío banco es mi sitio?
- No, sólo es tu punto de partida para elegir un camino que te lleve a un mejor puerto, pero los pasos deberás andarlos tú cambiando tu actitud.
900 palabras
Estrella Pisa
Microrrelato con el que participo en el nuevo reto del blog El tintero de oro, inspirado en la novela La conjura de los necios, de John Kennedy Toole.
Hola, buen relato y buena moraleja final: la vida se encarga de ponernos a todos en nuestro sitio, qué gran verdad. Aunque, por la psicología del personaje, no creo que este cambiara después, quizá solo tuvo un momento de lucidez, pero solo eso: un momento. Un abrazo. ☺️
ResponderEliminarMuchas gracias Merche. Me alegra que te haya gustado. Yo tampoco que Mateo cambie por más escarmientos que le dé la vida.
EliminarUn abrazo.
Hola, Estrella. También a mí, como dice Merche, me ha gustado mucho la moraleja de tu cuento, ese tocar fondo como punto de partida para algo mejor. Estupendo tu relato. Mucha suerte.
ResponderEliminarMuchas gracias Marta. A veces necesitamos tocar fondo para darnos cuenta de lo equivocados que estamos en nuestra manera de andar por la vida, pero cuando esto te pasa por primera vez cuando pasas de los cuarenta años, es muy difícil volver a emerger a la superficie por mucho que te ayuden. La mente tiende a volverse perezosa y comodona si no le damos caña desde temprana edad.
EliminarUn abrazo.
Hola, Merche. El protagonista de tu relato es un soberbio pero el tiempo le ha puesto en su sitio. Me gusta la historia que cuentas y el mensaje que transmite.
ResponderEliminarUn saludo.
Muchas gracias Carmen. Veo que me has cambiado el nombre, me ha hecho mucha gracia. Desde luego que Mateo es un soberbio y un tipo nada flexible. Por desgracia, mucha gente queda excluida de este mundo que ya casi tiene más de virtual que de real por mostrar actitudes parecidas a las suyas. No sobreviven los más fuertes, sino los que mejor se adaptan a los cambios.
EliminarUn abrazo.
Como llegamos aqui? Toda nuestra vida nos trajo a este lugar... bella reflexion filosofica, que sera de Mateo, cambiara? el anciano sabe mucho quizas se haga su mentor.
ResponderEliminarMuchas gracias José. El punto en el que nos encontramos cada uno es el resultado de cada paso anterior. Todo tiene consecuencias, aunque a veces no queramos darnos cuenta. La vida no va de tener más o menos suerte, sino de saber aprovechar las oportunidades y de hacer que las cosas pasen, en lugar de limitarnos a esperar que pasen por arte de magia.
EliminarUn abrazo.
Hola Estrella una historia con aprendizaje la verdad que me quedo con la última frase. Mucha suerte Un abrazo.
ResponderEliminarMuchas gracias Ainhoa. El único sentido que tiene el hecho de estar vivos es la oportunidad de seguir aprendiendo cada día. Si nos negamos a adaptarnos a los cambios, estos nos pasarán por encima y nos dejarán atrás.
EliminarUn abrazo.
Hola Estrella. Un relato con moraleja, donde el destino y la vida misma ponen en su sitio a un hombre altivo que por su egolatria y falta de empatía y educación terminó cayendo a lo más bajo. La otra cara de la moneda es el anciano que sin rencor alguno le tiende la mano cuando peor lo está pasando. Ojalá más gente como este último, y menos como el primero. Esperemos que Mateo aproveche las segundas oportunidades que le da la vida. Un abrazo.
ResponderEliminarMuchas gracias por leerlo y comentarlo, Jorge.
EliminarEn la vida todo tiene siempre muchas caras y versiones. En contraposición a un personaje déspota y ególatra siempre aparece otro que brilla por su bondad y su empatía. Ambos personajes se necesitan mutuamente para que sus vidas cobren sentido.
Un abrazo.
Hola Estrella. Tu relato invita a la reflexión, lo cual, ya de entrada, me parece un acierto. En el fondo, casi todo lo que nos ocurre a lo largo de nuestra vida viene marcado por nuestra propia actitud, por lo que hacemos o por lo que dejamos de hacer. Así pues, Mateo acaba viviendo como un indigente debido en gran medida a los errores que él mismo ha ido cometiendo durante su vida. Muy buen trabajo. Suerte en el concurso y un abrazo.
ResponderEliminarMuchas gracias Beri.
EliminarCreo que lo que nos mueve a escribir es nuestro empeño en hacernos entender por los demás. A veces no es fácil, porque tendemos a aprender de nuestros propios errores y pocas veces nos pueden poner en guardia los errores de los demás.
Un abrazo.
Muy buen relato Estrella, con una excelente moraleja, saludos.
ResponderEliminarPATRICIA F.
Muchas gracias Patricia.
EliminarMe alegra que te haya gustado.
Un abrazo.
El padre no educó bien a su hijo. Un hijo bastante abominable, por cierto. Suerte del abuelo de la petanca. Ese sí es educado, además de sabio.
ResponderEliminarMuchas gracias por leerlo y comentarlo, Cabrónidas.
EliminarA veces los padres no educan bien porque tampoco saben más. Todos creen que lo hacen lo mejor posible. El padre de Mateo quizá confundió sobreprotección con educación y tampoco podemos culparle por ello. El abuelo, en cambio, sí podría enseñarle otra forma más constructiva de entender la vida, pero quizá Mateo no esté por la labor, porque es harto difícil cambiar después de llevar más de cuatro décadas pensando en satisfacer sólo en su propio ego.
Un abrazo.
Este relato bien podría servirte para esta edición y la que viene, por la moraleja que has incluído. La verdad es que es una historia dura y de la que nadie está libre nunca, aunque tu protagonista casi se empeñó en buscarla por su cuenta. Qué majo y sabio el anciano de la petanca... la experiencia ya se sabe...
ResponderEliminar¡Suerte en el reto!
Muchas gracias por leerlo y comentarlo, MJ.
EliminarDesde luego que Mateo parece haberse empeñado en buscar su desgracia por su cuenta y riesgo. Suerte del anciano, que podría ayudarle a salir del pozo, pero todo dependerá de Mateo. La suerte es como un tren que se detiene cinco minutos en una estación: te brinda la oportunidad de subir a él, pero no te espera por mucho tiempo. Si tú no te decides a subir y a aventurarte al viaje, te quedas en el andén y ¿quién sabe si pasará otro tren?
Un abrazo.
Tremenda moraleja la que nos dejas, Estrella. Eso es cierto, el tiempo deja a cada uno en su lugar, lo que pasa que no todo el mundo tiene la paciencia para aguantar los posibles devenires de lo inevitable. Aun así, eso de que el cliente tiene la razón, es algo de puertas hacia afuera, y no hay que caer en lo personal, aunque la extenuación esté siempre al acecho. Y para muestra, lo que le ocurrió a tu pobre prota. Aunque nunca es tarde, y si aprende de sus errores, todo es reversible.
ResponderEliminarUn fuerte abrazo y mucha suerte!
Muchas gracias por leerlo y comentarlo, Pepe.
EliminarDesde luego que el cliente no siempre tiene la razón, bien lo sabemos quienes nos dedicamos a la atención al público todo el día. Pero hay determinadas líneas rojas que no podemos cruzar, si no queremos buscarnos problemas. Las relaciones interpersonales siempre son complicadas cuando una de las partes peca de intransigencia, pero cuando las dos partes entran en la dinámica de ver quién soporta menos al otro, estas relaciones devienen insalvables.
Mateo podría remontar su situación, pero tendría que poner todo de su parte y no sé yo si será capaz de ello. Han sido demasiados años los que no se a dignado a salir de su zona de confort.
Un abrazo.
Si es que al final el tiempo o las circunstancias nos ponen a todos en nuestro lugar... o eso espero! Un abrazo y mucha suerte!
ResponderEliminarMuchas gracias por leerlo y comentarlo, Marifelita.
EliminarUn abrazo.
Hola Estrella. Un cuento con moraleja, o con reflexión final, si se quiere aprender. ¡Me gusta! Y siempre se está a tiempo de aprender. Una segunda oportunidad se le da a cualquiera, aunque sea un malhumorado y maleducado que no sabe apreciar lo que ha heredado.
ResponderEliminarUn abrazo y suerte.
Muchas gracias por leerlo y comentarlo, Marlén.
EliminarMe alegra que te haya gustado. Como dices, una segunda oportunidad se le da a cualquiera, pero a partir de ahí, es la persona disculpada la que tiene que poner de su parte para empezar a conducirse con un poco más de acierto por la vida.
Un abrazo.
Un relato con enseñanza final. Alguien no se puede retrepar en sus manías y su prepotencia sobre los demás. Pues arrieritos "semos" y en el camino nos encontraremos. ¡Bien por el anciano! supo darle al protagonista una lección de humildad y generosidad.
ResponderEliminarUn abrazo.
Muchas gracias por leerlo y comentarlo, Francisco.
EliminarVivir anclado en un universo mental tan reducido como el de Mateo ha de ser una auténtica pesadilla para quienes tengan que tratarle cada día, pero principalmente para él mismo. El anciano demuestra ser una persona empática que ha conseguido llegar a estar en paz con su vida. Mateo está de suerte al habérselo cruzado, pues podría encontrar en él un inmejorable espejo del que aprender las habilidades que desconoce.
Un abrazo.
Hola, Ojalá Mateo aproveche la oportunidad y haga los cambios necesarios en su vida.. aunque mi experiencia hace que sea un poco cínico al respecto... Excelente relato. ¡Saludos!
ResponderEliminarHola Octavio,
EliminarMi experiencia me dice lo mismo que a ti la tuya. Cambiar no es fácil, y cuando has pasado toda tu vida repitiendo las mismas rutinas y teniendo dificultades para tratar con la gente, se me antoja una verdadera misión imposible.
Muchas gracias por leerlo y comentarlo.
Un abrazo.
No sé si el personaje es soberbio. Parece tener rasgos obsesivos. Y tal vez problemas con las habilidades sociales. Pero de ninguna forma es vago, como lo trató una cliente.
ResponderEliminarY a veces no es tan fácil adaptarse a los cambios.
Saludos.
Comparto tu apreciación, El Demiurgo.
EliminarMuchas gracias por leerlo y comentarlo.
Un abrazo.
Hola Estrella, una historia con un final de fábula (humanizada) tiene un gran mensaje final. Un abrazote
ResponderEliminarMuchas gracias por leerlo y comentarlo, Emerencia.
EliminarUn abrazo.
Hola, Estrella. Real como la vida y con un final con una enseñanza de vida que tal vez se la debería haber aprendido cuando estaba en la ferretería con su padre. Un magnífico relato. Un abrazo.
ResponderEliminarMuchas gracias, Isan.
EliminarMe alegra que te haya gustado.
Un abrazo.
Estrella un buen relato donde la intrasigencia del personaje le llevó al límite. Muy buena moraleja del final. Suerte en el tintero. Un abrazo.
ResponderEliminarMuchas gracias, Mamen.
EliminarMe alegra que te haya gustado.
Un abrazo.
Craí que te habia comentado antes, pues tengo que repetir. Me ha gustado mucho tu personaje. suerte en el tintero. Un abrazo.
ResponderEliminarMuchas gracias otra vez, Mamen.
EliminarGracias, Estrella, por participar con este relato en el homenaje a John Kennedy Toole y La conjura de los necios. Un abrazo y suerte!
ResponderEliminarMuchas gracias a ti, David, por proponernos tremendo reto.
EliminarUn abrazo.
menos mal que se acabaron las 900 palabras, porque si el relato sigue, no creo que Mateo acabe bien. desde el embargo la velocidad de caida al precipicio es dificil de frenar. quizas un poco antes... tenia posibilidades.
ResponderEliminarabrazo y suerte
Muchas gracias por leerlo y comentarlo, Gabiliante.
EliminarDesde luego que tenía posibilidades de revertir su situación, pero es bien sabido que a veces hay que llegar a tocar fondo para darnos cuenta de cómo la hemos pifiado.
Un abrazo.
Hola, Estrella. Lo deltrastorno obsesivo de Mateo, su comportamiento repetitivo lo hace vulnerable, pero la falta de empatía y su comportamiento antisocial y egoismo lo condenó a la miseria. A pesar de la estupenda moraleja, se me hace difícil pensar un cambio radical para Mateo, necesitará mucha ayuda para remontar. Al final hasta da pena a pesar de su forma de ser.
ResponderEliminarUn abrazco, compañera.
Hola Tara,
EliminarSí que llega a inspirar pena el personaje de Mateo. Es verdad que necesitará mucha ayuda para desaprender sus insanas rutinas e ir implantado otras que le permitan avanzar en su recuperación. Pero todo dependerá de la actitud que adopte a partir de ahora.
Muchas gracias por leerlo y por comentarlo.
Un abrazo.
Se me olvidó decirte que el título le va que ni pintado, pues parecía, por su comportamiento, que la plaza fuera exclusivamente de Mateo.
ResponderEliminarHasta pronto, Estrella.
Sí, con el título quería remarcar el egocentrismo de Mateo: la plaza era suya y, al final, acabó convertida en su morada.
EliminarUn abrazo.
El padre le enseñó el oficio pero no educación. Muy buen relato.
ResponderEliminarMuchas gracias de la Flor.
EliminarUn fuerte abrazo.
Hola, Estrella:
ResponderEliminarSinceras felicitaciones por tu relato: está escrito de manera amena y su lectura lleva a que sopese cómo eliminar esos momentos “Mateo” en los que vuelco en otros mis frustraciones.
Un abrazo, Estrella.
Muchas gracias, Nino.
EliminarTodos tenemos algún "momento Mateo" en que hacemos pagar a otros por nuestras frustraciones. Pero lo que cuenta es que podamos rectificar, pedir disculpas, aprender a contar hasta diez para no seguir pecando otra vez de lo mismo.
Un abrazo.
Al final, quien podría guardarle rencor le dio un consejo muy valioso: nunca es tarde para volver a empezar.
ResponderEliminarMe gustó mucho el relato. Suerte en el Tintero.
Un saludo.
Muchas gracias por leerlo y comentarlo, Cynthia.
EliminarMe alegra que te haya gustado.
Un abrazo.
Un cuento de aire clásico, con moraleja al final. El mensaje me parece muy potente. Me ha gustado el personaje que has creado, los diálogos y el final de la historia, donde vemos un resquicio de esperanza en el mensaje del anciano al protagonista. Mucha suerte en el concurso.
ResponderEliminarSaludos.
Muchas gracias por leerlo y comentarlo, Pedro.
EliminarMe alegra que te haya gustado.
Un abrazo.
Hola Estrella tu personaje es un huraño y mal encarado, la vida le hizo pasar malos ratos pero la moraleja final puede que sea la solución.
ResponderEliminarUn abrazo
Puri
Muchas gracias por leerlo y comentarlo, Puri.
EliminarUn abrazo.
Pues eso, Estrella. Somos dueños de nuestro destino así que vamos a dar los pasos más adecuados para alcanzar la felicidad.
ResponderEliminarUn buen trabajo con una muy buena moraleja. Felicidades.
Muchas gracias Bruno.
EliminarAunque nos parezca que vivimos la vida que nos toca y no la que nos gustaría vivir, no nos damos cuenta de que siempre tenemos más de una opción, porque decidir no hacer algo, también encierra una decisión. Y las decisiones las acabamos tomando cada uno de nosotros. Cierto es que a veces nos vemos obligados a tomar caminos que no quisiéramos tomar, pero incluso en esos casos, somos libres de decidir cómo queremos recorrer esos caminos. Como decía Gabo, la historia no es la que uno ha vivido, sino la que uno cuenta.
Un abrazo.
Hola, Estrella!! Has escrito un relato precioso sobre las segundas oportunidades, el perdón y el arrepentimiento. Tu relato además de describir a un personaje muy peculiar está muy bien cerrado a través del anciano que con el que comienza la historia. Me ha parecido precioso que justamente ese anciano, a quien el protagonista trata tan mal en el comienzo de la historia, sea quien le preste la ayuda al final. La actitud es muy importante y con tu relato lo reflejas muy bien. Suerte en el Tintero y un abrazo!!
ResponderEliminarMuchas gracias por todo lo que dices, Cristina.
EliminarMe alegra que te haya gustado el relato. Contar una historia en sólo 900 palabras no resulta un reto fácil para aquellos que disfrutamos describiendo y contando con muchos más detalles.
Un fuerte abrazo.
Hola, Estrella. Una buena historia con final abierto y posibilidad de redención ante la necedad y estupidez del protagonista. Yo creo que todos los que aprenden de sus errores merecen esa segunda oportunidad. A ver si este ferretero al que le faltaba algún tornillo de educación y humildad si se los aprieta bien para no perderlos de nuevo.
ResponderEliminarSaludos y suerte.
Muchas gracias, MJ.
EliminarMe alegra que te haya gustado.
Me ha encantado eso del ferretero al que le faltaba un tornillo de educación y humildad. Nunca mejor dicho.
Un abrazo.